Fin de las vacaciones… y vuelta al colegio

Fin de las vacaciones… y vuelta al colegio

Después del merecido descanso es tiempo de reorganizar nuestra vida personal y laboral.

Educación y aprendizaje escolar

La educación permite a un niño desarrollar su personalidad y sus valores morales. El aprendizaje escolar le dotará de los conocimientos necesarios para ser un adulto independiente, integrado en una tradición cultural de la que es heredero y a la que enriquecerá en el futuro con sus propias aportaciones.

Para mí la educación depende sobre todo de los padres y los aprendizajes escolares del colegio. Evidentemente una y otros están íntimamente imbricados, por lo que el reparto de tareas funcionará si padres y maestros están de acuerdo, en el fondo y en la forma y colaboran con complicidad en ambas tareas.

En el siglo pasado la industria era el motor de la economía. Fábricas, productos tangibles, cosas sólidas que parecían firmes e inamovibles. El  cambio de siglo ha traído un importante cambio social, ni mucho menos completado, la información y el conocimiento son el nuevo capital que genera prosperidad económica y social. Bienes intangibles y a la vez inseparables de la persona que los posee.

Creo que aún no somos plenamente conscientes de la enorme oportunidad que nos trae este cambio de paradigma. En una economía basada en el conocimiento, a la sociedad le interesa más que nunca invertir en la educación y formación académica de sus miembros para mejorar su productividad y aumentar su riqueza, y al individuo le interesa alcanzar su máximo potencial, no solo para mejorar sus oportunidades laborales, sino también para mejorar su integración social y su bienestar.

Una sociedad de personas educadas mejora la calidad de vida de sus ciudadanos, y también de sus valores sociales y democráticos.

El neurodesarrollo, entendido no solo como un proceso individual sino también como generador de nuevos conocimientos, necesita que la educación y la formación contribuyan a este crecimiento social, que se basa en lo original y único de cada persona. Por eso, el fin último de la educación debe ser el desarrollo personal pleno, que ponga al individuo en el centro del sistema, solo así se conseguirá el enriquecimiento mutuo.

Me parece sin embargo que aún estamos lejos de conseguir este objetivo, seguimos pensando en modelos de “productividad” anticuados –del siglo XX y anteriores– en los que el ¿éxito? se mide por evaluaciones uniformadoras y puntuables, por tanto comparables y medibles en una tabla. De este modo se transmite la idea de que las buenas notas son el objetivo, y así lo sienten la mayoría de padres y maestros, pero es que además la máxima preocupación de los legisladores parece ser obtener un buen puesto en el programa PISA.

 

Aprendizaje y memoria

En su legendaria charla TED de 2006, Sir Ken Robinson (¿cómo? ¿aún no la has visto? mal hecho…) decía:

“Los niños que comienzan la escuela este año se van a jubilar en el 2065. Nadie tiene una pista […] de cómo va a ser el mundo en 5 años. Y sin embargo se supone que estamos educando a los niños para ello.

Y esto es una gran verdad, como el resto de su charla.

¿En que podemos entonces basar los principios de la educación y el aprendizaje escolar?

Pues quizá en las características (nótese que no he dicho capacidades) propias del cerebro, esas que serán útiles y necesarias para nuestro aprendizaje a lo largo de toda la vida… ¿cómo que hoy no has aprendido aún nada? 😉

La característica principal del cerebro humano es que está diseñado para aprender: el aprendizaje modifica el cerebro y los cambios del cerebro modifican el proceso de aprendizaje. Como todos nuestros órganos está en continuo cambio, su organización sufre profundas modificaciones en función de la experiencia personal, es lo que se llama plasticidad cerebral.

Desde “fuera” el aprendizaje humano es el proceso por el que adquirimos un comportamiento, una habilidad o un conocimiento nuevo que almacenamos en nuestra memoria para poder usarlo después.

Por “dentro”, en el cerebro, se crean nuevos circuitos cerebrales, formados por grupos de neuronas con diferentes funciones que van sincronizándose, en los que se depositarán estos nuevos aprendizajes.

Durante la infancia, el aprendizaje es máximo y fundamental para la supervivencia. En el proceso de neurodesarrollo observamos cambios extraordinarios que traducen la enorme organización que sucede en las redes cerebrales. Solo recordar que el 80% del crecimiento cerebral se produce en los 3 primeros años de vida, los que tardamos en aprender a caminar, hablar y controlar nuestros esfínteres (¡ahí es nada!)

Pero el cerebro no deja nunca de aprender… ni de olvidar. Es un órgano práctico: lo que usamos con frecuencia se guarda en la memoria, lo que no tiene utilidad se olvida.

Unicelulares aparte, solo los seres vivos que se mueven tienen cerebro. Las plantas no se mueven, no tienen cerebro, pero las hormigas sí lo hacen y tienen un cerebro altamente eficaz que les permite hacer una tarea de equipo impresionante.

Todos los cerebros, de cualquier ser vivo, sirven para “interiorizar” el entorno. Lo perciben y le dan sentido, lo que les permite actuar de la forma más adecuada y exitosa en cada circunstancia, en resumen: aprenden. Cuanto más complejo es un animal, menos rutinario es su cerebro y más “libre albedrío” tiene. Es decir, su conducta está menos determinada, es más flexible y se adapta al entorno porque toma decisiones, no porque sigue patrones (instintos). Al contrario, cuanto menos complejo sea menos posibilidad tendrá de modificar voluntariamente su conducta, su capacidad de aprender es menor.

En este sentido Rita Levi-Montalcini decía que el cerebro humano es “imperfecto”, porque su respuesta no es mecánica –como la del perro arañando con las patas traseras la acera para intentar cubrir sus excrementos–, sino más “flexible” y rica que la de otros animales y eso posibilita el aprendizaje complejo y la adaptación a cualquier circunstancia. El famoso e impredecible “factor humano”.

Rutina, curiosidad y novedad

Entonces, parece que la rutina es mala cosa, ¿no? Pues no, si sabemos aprovecharla, la rutina puede ser una gran aliada y es la segunda característica que resaltaría de nuestro cerebro.

Por un lado, nuestro cerebro está sometido a ciclos biológicos, modificables pero necesarios, de actividad y reposo. Es decir, tenemos que dormir, comer, regular nuestro intestino… movernos y reposar cada cierto tiempo. De regir todo esto se encarga el hipotálamo, y lo hace inconscientemente. Estaría muy bien “ayudarle” en sus tareas inconscientes manteniendo unos horarios adecuados a nuestras necesidades personales (edad, sexo, personalidad, enfermedad…) y regulares. Como no sufrirá hambre o sueño, nuestro cerebro estará mejor y más preparado para soportar el estrés y las tareas “pesadas”.

Por otro lado la “rutina” es necesaria para consolidar los aprendizajes, para que las redes neuronales que sustentan lo aprendido se consoliden. Resulta que el cerebro toma decisiones basándose en su experiencia previa. Si una decisión nos llevó a una respuesta exitosa, tendemos a repetirla en decisiones futuras. Las “técnicas de estudio” (pedagogía) son “rutinas” que van a ayudar al cerebro a analizar el entorno y a sacar sus propias conclusiones.

Pero, ¡ay! Lo que vale para un cerebro, no siempre sirve a otro. Las particularidades de cada uno serán determinantes para conseguir una rutina útil: como el momento del neurodesarrollo en el que se encuentra el niño –etapas de la inteligencia infantil– y sus circunstancias personales –preferencias, capacidad de atenciónestructura de su pensamientoemotividad, etc.–.

En cualquier caso, no todos los cerebros se enfrentan a los problemas de igual manera, y saber preservar la originalidad de cada uno es fundamental para enriquecer el futuro de nuestra sociedad. La rutina es una herramienta de aprendizaje si cada niño descubre (con ayuda de su maestro y sus padres) cual es el “método” que mejor le funciona.

Lo malo de la rutina es que nos atrape y nos aburra, así que creo que la clave del éxito está en saber cuando romperla. Cambiarla cuando convenga para mejorarla. Un ejercicio de verdadero crecimiento personal. No se trata de crear “máquinas de estudio” se trata de que los niños aprendan a ser críticos y a pensar de forma original.

Y aquí es donde la curiosidad y la novedad juegan un papel fundamental. Nuestro cerebro no soporta estar aburrido o inactivo y está diseñado para tomar decisiones, para buscar novedades y hacerse preguntas. No puede parar de funcionar (¡menos mal!) y su función es analizar su entorno, asociar las experiencias nuevas con las previas para mejorar la respuesta en la que fracasó anteriormente. Experto en analizar nuevas situaciones, lo hace con una agilidad y velocidad asombrosas y, aunque esté muy experimentado en una tarea concreta, es mucho más feliz cuando atisba alternativas diferentes y nuevas, entonces prefiere probar y equivocarse a repetir siempre la misma respuesta.

Visto desde “dentro”, el cerebro integra rápidamente y con eficacia asombrosa la información nueva y la contrasta con la que tiene. Un circuito neuronal ya consolidado se beneficiará del estímulo novedoso sin necesidad de crear una red nueva para cada aprendizaje. El aprendizaje consiste en conectar unas zonas del cerebro con otras facilitando la comunicación entre ellas y creando continuamente atajos y nuevas autopistas. Esto mejora la calidad del análisis, la asociación de ideas, la toma de decisiones y evita al máximo el error.

Fuente: https://neuropediatra.org/2015/09/13/vuelta-al-cole-con-cerebro/